Artículo sobre Urraca de León escrito por Luis Galan Campos, doctorando en historia medieval
Introducción
El nombre de “Urraca” nos lleva a una Edad Media idealizada de castillos y escaramuzas entre castellanos y andalusíes, pero… ¿quién era Urraca de León? Conocemos su nombre, pero no sabemos casi nada sobre ella. Su historia se limita a la fábula de una reina caprichosa e incapaz de gobernar el reino, o bien queda eclipsada por las hazañas de los tres hombres, todos ellos llamados “Alfonso” que marcaron su vida: su padre Alfonso VI de León “el emperador”, su hijo Alfonso VII de León y su segundo marido Alfonso I de Aragón “el Batallador”. Sin embargo, su fascinante reinado nos abre la puerta a comprender muchas cosas sobre las mujeres de la nobleza o la naturaleza del poder en el tiempo que le tocó vivir ¡Descubrámosla!
La reina Urraca de León, pero… ¿podían las mujeres reinar?
En contra de la creencia popular, la llamada “ley sálica” que impedía a las mujeres reinar no existió durante la mayor parte de la Edad Media. De hecho, en el caso ibérico no existe nada parecido hasta las reformas borbónicas del siglo XVIII. Cada reino o condado de Europa se regía según su propia costumbre, y aunque el varón tenía preferencia sobre la hembra, nada impedía que en la práctica una mujer sucediese a su padre, transmitiera a sus hijos derechos de sucesión o cogobernase junto a su hijo o esposo o en su ausencia.
En el entorno de Urraca I de León encontramos dos casos muy notables: su tía Urraca Fernández, señora de Zamora, una figura clave en el ascenso al trono del propio Alfonso VI, y Teresa Alfónsez, medio hermana de Urraca, gracias a la cual el condado de Portugal pudo convertirse en un territorio autónomo respecto al reino de León.
Esto es a nivel teórico, ya que ciertamente la Biblia, el Derecho romano o la tradición eclesiástica censuraban que las mujeres ejerciesen poder, aunque todavía no existiera ninguna prohibición o condena expresa. A principios del siglo XII, todavía faltan años para que la recuperación plena del Derecho romano y la filosofía de Aristóteles revolucionen la práctica del poder y excluyan a las mujeres.
Urraca de León en la guerra:
Durante el reinado del padre de Urraca, Alfonso VI (1041-1109), el poder del rey y del reino de León crecen enormemente con la conquista de Toledo (1085), pero a la vez asistimos al ascenso de los poderes locales como la nobleza o los burgos comerciales. Además debemos tener en cuenta a poderosos vecinos como los reinos de Pamplona y Aragón —que disputan a León amplios territorios al oeste del Carrión y Jalón— o los almorávides del norte de África, que intervienen en la península tras la toma de Toledo y frenan bruscamente la expansión leonesa hacia el sur. Todos estos se conjugarían durante el reinado de Urraca de León para debilitar la monarquía leonesa.
La infanta Urraca Alfónsez era el único vástago legítimo de Alfonso VI y su segunda mujer Constanza de Borgoña. Poco o nada sabemos de su infancia o la de sus hermanastras Teresa y Elvira hasta el momento de su matrimonio (1093) con Raimundo, hijo del duque de Borgoña. El matrimonio se convierte en condes de Galicia, pero quedan relegados en la sucesión tras el nacimiento de un varón (¡también llamado Alfonso!) del rey y su esposa o concubina Zaida. Todo cambia de repente cuando en el campo de la batalla de Uclés (1108) el adolescente Alfonso pierde la vida frente a los almorávides, por lo que, tras la muerte de su padre en 1109, Urraca se vio convertida en reina.Urraca de León, atrapada entre Alfonsos
Tras el desastre de Uclés, el emperador Alfonso se apresuró a hacer jurar heredera a la condesa viuda de Galicia y a volver a casarla nada más ni nada menos que con el rey Alfonso I de Aragón. El enlace no sirvió como había sido planeado para apaciguar a la nobleza leonesa, resolver las disputas territoriales y unir fuerzas para detener a los almorávides, sino que causaría el estallido de una guerra civil que iba a durar hasta la muerte de Urraca.
Al matrimonio se opusieron el alto clero y una importante facción de la nobleza, sobre todo la nobleza gallega que custodiaba al hijo de Urraca, el futuro Alfonso VII, y los condes de Portugal, Teresa Alfónsez y su marido Enrique. Mientras el clero trabajaba con el Papa para anular el matrimonio, la nobleza gallega se alzó para poner en el trono al hijo de Urraca. Alfonso no pudo aplastar la rebelión ocupado como está por las fronteras de sus propios reinos y Urraca accede entonces a separarse y a asociar a su hijo al trono como rey. Pero Alfonso regresa velozmente y derrota a Urraca y a los nobles gallegos en la batalla de Candespina (26 de octubre de 1111) recuperando así el poder en León.
Su éxito se debe a que cuenta con el apoyo de los burgos comerciales como Sahagún o Burgos, que buscan ayuda contra sus señores feudales laicos y eclesiásticos, así como de los condes de Portugal. Ahora bien, como no tiene ninguna legitimidad y los apoyos con los que cuenta son cambiantes (ante todo querían preservar su autonomía frente a otro rey o señor) ha de negociar y retirarse en el verano de 1112.
Los burgos castellanos volvieron a revelarse en 1114 y solicitaron de nuevo el socoro del rey de Aragón. Este vio la oportunidad de recuperar el poder al oeste, aunque de nuevo la falta de apoyos sólidos lo obligan a retirarse. Finalmente, un concilio reunido en Palencia resuelve que Alfonso repudiara a su esposa y se retirara definitivamente de León.
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Urraca de León, un rey y un obispo
Si Urraca de León pudo conservar su trono se debe, sobre todo, al apoyo de los magnates gallegos que custodian a su hijo, entre los que destaca el arzobispo de Compostela, Diego Gelmírez. Sin embargo, estos también se volvieron en su contra usando al joven Alfonso para conseguir más autonomía. Urraca es derrotada y obligada otra vez a negociar con el arzobispo, los nobles y los condes de Portugal en 1116, pero lleva a cabo una jugada magistral poniendo a Alfonso bajo custodia del arzobispo Bernardo de Toledo y vinculándolo así con la parte más nueva (y más leal a la reina) de todo el reino.
La vuelta de Urraca contra Galicia en 1117 para pacificar la región se vio, no obstante, truncada por el célebre episodio de revuelta de los burgueses de Compostela, que llegan incluso a apresar, apedrear y arrastrar por el fango a la reina. Asimismo, también por el nuevo alzamiento de su hermanastra, la condesa de Portugal. Los siguientes años trascurrieron intentando someter tanto Galicia y Portugal como la frontera oriental del reino hacia donde se extiende la influencia del rey de Aragón sobre las tierras en disputa.
Ni siquiera la llegada de Alfonso VII a su mayoría de edad, con una investidura como caballero en Santiago de Compostela en 1124, supuso el fin de los problemas. Aunque la información que tenemos sobre el final de la vida de Urraca de León es escasa y dispersa, sabemos que a su muerte en 1126 todavía no había terminado la guerra civil convertida ya en una guerra del poder real contra los poderes autónomos del reino que socaban su autoridad.
¿Una reina en un mundo de hombres?
Una interpretación que ha prevalecido es la de señalar que Urraca de León era una víctima de dos o más hombres que rechazaron el gobierno de una mujer. En realidad, es más cierto decir que su historia es la de una monarca víctima de la emergencia de poderes locales que quieren reafirmar su poder en contra de la autoridad real. Entre los reinados de Alfonso VI, Urraca I y Alfonso VII asistimos al nacimiento y consolidación de los poderes feudales como la nobleza territorial, el clero o los burgos. De hecho, también su hijo hubo de hacerles frente.
La fábula por otra parte de una reina incapaz, frívola e incluso adúltera viene mayormente de las crónicas coetáneas como la Crónica Compostelana o la Crónica de Sahagún (primera mitad del siglo XII), escritas por los rebeldes a su autoridad, y del proceso de separación. Parece probado que tuvo relaciones (e hijos) con, al menos, un magnate gallego. Pero, de la misma forma en que un rey hombre toma amantes entre las mujeres de la corte, parece ser que esto no es sino una forma de atraer a la nobleza local a través de una relación más directa con el soberano (de hecho, Alfonso VI tuvo dos concubinas). Al fin y al cabo, reyes, magnates y obispos, en general, son y fueron víctimas del tiempo y circunstancias que les tocó vivir.-
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