Blas de Lezo, el ‘medio hombre’ que humilló a Inglaterra
HISTORIA NAVAL
Este marino español del siglo XVIII consiguió con pocos medios infligir a los británicos una vergonzosa derrota en Cartagena de Indias
En aquel combate, a Blas de Lezo tuvieron que amputarle la pierna izquierda, destrozada por una bala de cañón. Poco después, en 1707, en otro combate librado en la base naval de Tolón contra los ingleses, volvió a ser herido. En esta ocasión, una esquirla de metralla le malogró el ojo izquierdo.
Nada de esto le impide continuar su carrera en la Marina. Lucha bajo las banderas de Felipe V apresando algunos barcos ingleses y socorriendo plazas asediadas. En el sitio a Barcelona, uno de los últimos episodios de la guerra de Sucesión, sufre una tercera herida que le deja inservible el brazo derecho. Terminada la contienda, Blas de Lezo, con solo 25 años, es cojo, tuerto y manco.
A partir de entonces, su carrera militar se desarrolla en diferentes escenarios, entre ellos el Caribe y los llamados mares del Sur, donde luchará, a las órdenes del almirante Bartolomé de Urdizu, contra los piratas y corsarios ingleses que operaban en aquellas aguas.
También participará activamente en la conquista de Orán, plaza norteafricana que los berberiscos habían ocupado en 1708, y tendrá una actuación destacada en los socorros que se prestaron a la plaza en posteriores asedios, y que le valieron su ascenso a teniente general en 1734.
Desempeñó la comandancia general de Marina en Cádiz y, después de un tiempo en la corte, el rey le encomendó el mando de una de las plazas fuertes más importantes del Imperio: Cartagena de Indias. Allí fue donde escribiría una de las páginas más gloriosas de la historia militar española. Sería a cuenta del conflicto bélico que España mantenía con Inglaterra, conocido como la guerra del Asiento y también como la de la oreja de Jenkins, que había estallado en 1739.
La oreja del pirata
El origen del conflicto fue la presa hecha por el capitán español León Fandiño de un barco inglés mandado por Robert Jenkins, un corsario, además de pirata y contrabandista. A Jenkins se le cortó una oreja y, según se cuenta, fue enviado a Inglaterra con un recado para Jorge II: “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”.
Jenkins, con su oreja en la mano, compareció ante la Cámara de los Comunes, donde los tories (conservadores) acosaban al primer ministro Walpole, que gobernaba en nombre de los whigs (liberales), para que iniciase las hostilidades con la Corona española. Los ingleses enviaron tropas a América y una escuadra, al mando del almirante Haddock, a Gibraltar.
España respondió anulando el llamado “navío de permiso” (derecho de comercio, limitado a dos barcos) y reteniendo a los barcos ingleses que había en puertos españoles. La declaración de guerra se produjo en octubre de 1739.
En realidad lo que se disputaba era el control del comercio en las colonias españolas. Las mayores presiones sobre Walpole para desencadenar la guerra llegaron de la poderosa Compañía de los Mares del Sur. En el marco de ese conflicto se sitúa, en 1741, el ataque de la flota británica a Cartagena de Indias, cuya defensa estaba encomendada a Blas de Lezo.
En noviembre de 1739, una flota inglesa mandada por el almirante Edward Vernon había atacado Portobelo, mal defendida por los españoles. En Inglaterra se magnificó la victoria, pese a que el botín fue poco importante. En Londres se hacían cuentas de que el poderío español en América tocaba a su fin, y las miradas se volvieron hacia Cartagena de Indias, en cuyo puerto se concentraban las flotas que hacían la carrera de Indias, la ruta entre España y sus colonias.
Los ingleses reunieron 195 buques y su potencia de fuego, en torno a los tres mil cañones, resultaba impresionante. A bordo había más de veinticinco mil hombres. Entre ellos se encontraba un cuerpo expedicionario de cuatro mil colonos de Virginia que dirigía Lawrence Washington, hermano de George Washington. También formaban parte de la expedición unos dos mil macheteros, reclutados en Jamaica, que serían utilizados como fuerza de choque.
Los planes de Lezo
Blas de Lezo contaba con los tres mil hombres que integraban la guarnición de la plaza, unos seiscientos flecheros indígenas, reclutados en el interior, y unos mil quinientos voluntarios civiles. Tenía las mil piezas de artillería que defendían las murallas y baluartes de Cartagena y seis barcos de guerra.
A pesar de la desigualdad, Blas de Lezo se aprestó a la defensa. Contaba con una buena red de espionaje, y se organizó para enfrentarse a los ingleses a pesar de algunas disputas con el virrey Sebastián de Eslava. Decidió utilizar en su favor la complicada geografía de la zona, y dispuso su media docena de barcos de manera que, en caso de necesidad, pudieran ser hundidos. Sería el modo de dificultar la entrada de los ingleses a las dos bahías que se abrían frente a la ciudad: bahía Grande y bahía Chica.
A la primera se accedía por un pequeño estrecho llamado Bocachica, donde Blas de Lezo situó cuatro de sus barcos: el Galicia, el San Carlos, el África y el San Felipe. Los otros dos, el Dragón y el Conquistador, los apostó en la llamada Bocagrande, por la que se accedía a la bahía Chica.
Los capitanes de los buques tenían orden de hundirlos llegado el momento. Serían poco más que una pantalla, porque Lezo había decidido que la lucha contra Vernon se librara principalmente desde los fuertes y castillos que protegían la ciudad.
Asoman los ingleses
El 13 de marzo aparecieron en aguas de Cartagena los primeros barcos de Vernon. En los días siguientes llegó el grueso de la flota, pero hasta el 19 no se libraron los primeros combates, al intentar una docena de navíos ingleses forzar la entrada de Bocachica.
Las defensas de tierra españolas respondieron al fuego desde el fuerte de Santiago y el castillo de San Felipe, pero los ingleses lograron desembarcar medio millar de hombres el día 20 y muchos más al día siguiente. Los de Vernon se apoderaron de varias baterías de la zona.
Desde el 21 marzo hasta el 3 de abril se libró el llamado combate de Bocachica. Los españoles se vieron obligados a abandonar muchas de sus posiciones y agruparon la resistencia en los dos fuertes que protegían la entrada de la bahía, el San José y el San Luis, que sufrieron un intenso cañoneo.
Blas de Lezo decidió hundir cuatro de sus naves para obstaculizar la entrada de los buques enemigos a la bahía Grande, y concentró la defensa en la bahía Chica. La fuerza del ataque inglés obligó a los españoles a abandonar el fuerte de San José.
El 5 de abril los supervivientes de su guarnición fueron evacuados en pequeñas embarcaciones y transportados al fuerte de Santa Cruz, que, poco después, tuvo que ser también abandonado. Los ingleses quedaron como los dueños de la zona.
Tras dejar atrás la mayor parte de los castillos y baluartes, los españoles se centran en la defensa de los dos últimos fuertes, San Sebastián y Manzanillo, y en la ciudad propiamente dicha. Los ingleses consideran que tienen la victoria tan al alcance de la mano que el almirante Vernon envía un mensaje a su rey dando por conquistada Cartagena de Indias.
La caída de Cartagena de Indias suponía apoderarse de la plaza fuerte más importante del Imperio español
En Londres la noticia se recibió con una explosión de júbilo. La caída de Cartagena de Indias suponía apoderarse de la plaza fuerte más importante del Imperio español. Tanta fue la alegría que se decidió acuñar una medalla conmemorativa para exaltar la figura de Vernon.
El giro inesperado
En la madrugada del 16 de abril, Vernon decidió dar el golpe definitivo. Lanzó al asalto de las murallas al grueso de sus hombres, con los macheteros jamaicanos como fuerza de choque. Sus tropas se dispusieron a tomar el castillo de San Felipe, la más importante de las defensas de Cartagena, pero se encontraron con una resistencia mayor de la esperada.
Blas de Lezo había ordenado ahondar los fosos que protegían la fortaleza, y las escalas inglesas resultaban insuficientes para encaramarse a las murallas. Todos sus intentos se estrellaron ante los lienzos de San Felipe en medio de una verdadera carnicería.
Los bombardeos continuaron sobre la ciudad, pero la desmoralización había cundido entre los ingleses, que recibieron la estocada final cuando los españoles efectuaron una salida y les obligaron a reembarcar. El 9 de mayo, Vernon comprendió que el triunfo se le escapaba. Sobre sus hombros pesaba ahora el correo enviado a su rey vendiéndole la piel de un oso que aún no había cazado.
Los ingleses habían perdido nueve de sus barcos, pero lo peor fue que, con las bajas sufridas (cerca de diez mil muertos y más de siete mil heridos), Vernon carecía de hombres para maniobrar las naves restantes. Tuvo que abandonar casi medio centenar de ellas antes de poner rumbo a Jamaica.
Lezo había infligido a Inglaterra la mayor derrota de su historia naval. Las bajas españolas sumaban 2.000 hombres entre muertos y heridos, habían sido hundidos los seis barcos con que contaban y las defensas de la ciudad estaban seriamente deterioradas.
Vernon regresó a Londres sumido en el descrédito. Fue relevado de su cargo y años después expulsado de la Marina
Cuando a Londres llegó la noticia de lo que había sucedido, la euforia se transformó en consternación. A la gravedad de la derrota se sumaba una humillación como jamás había sufrido la armada inglesa. El rey dio instrucciones para que un manto de silencio cayera sobre lo ocurrido.
Vernon regresó a Londres sumido en el descrédito. Fue relevado de su cargo y años después expulsado de la Marina. Sin embargo, a su muerte, acaecida en 1757, se decidió enterrar sus restos mortales en la abadía de Westminster y poner en su sepulcro una ambigua leyenda sobre lo ocurrido en Cartagena de Indias, señalando que hizo cuanto estuvo en su mano.
¿Y qué fue de Blas de Lezo? En Cartagena de Indias, a raíz de la descomposición de los cadáveres, se desencadenó una epidemia que se cobró numerosas víctimas. Una de ellas fue Lezo, que murió tres meses después de la batalla. Sus restos mortales fueron a parar a una fosa común.
Aunque el militar se ha visto relegado de la memoria colectiva, la Armada española ha intentado mantener vivo su recuerdo bautizando con su nombre algunas naves. La última de ellas, una fragata, fue enviada por la marina española a los actos con que Gran Bretaña celebró, en 2005, el bicentenario de la batalla de Trafalgar.-
ALBERTO DE TORRESANO !
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